OPINIÓN | La violencia no se canta: la paz también se construye desde la música: Andrea Serna

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Hemos llegado a un punto en el que la violencia no solo se vive: también se canta, se baila y se aplaude. Como sociedad, hemos sido permisivas, permisivos. Hemos justificado lo injustificable. Y eso es lo verdaderamente preocupante.

La violencia no puede ser normalizada. No puede ser vista como parte de la vida cotidiana ni mucho menos convertida en espectáculo. Por más que intentemos explicarla desde los contextos sociales, desde las raíces culturales, incluso desde lo económico, no podemos seguir aceptando que se glorifique a quienes generan dolor. La música puede ser hermosa, puede sanar, puede unir. Pero también puede ser usada para lo contrario: para ensalzar al crimen, para romantizar la violencia, para perpetuar el miedo.

En Michoacán, el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla ha dado un paso importante y valiente: presentar una iniciativa para que todo espectáculo público que haga apología del delito o de la violencia no sea permitido en nuestro estado. Porque no se trata de censurar o prohibir, se trata de proteger. No se trata de imponer, se trata de transformar.

Este decreto, que entrará en vigor este próximo Jueves Santo, busca frenar una de las formas más sutiles pero poderosas de normalización de la violencia: el entretenimiento que aplaude a los delincuentes, que convierte el sufrimiento de miles de familias en una historia que se corea.

Las políticas públicas deben tener alma, y el alma de este decreto es clara: construir paz. Porque la paz no solo se negocia o se firma: se siembra desde el lenguaje, desde los símbolos, desde lo que escuchamos y repetimos sin cuestionar. Porque quien no conoce su historia, está condenado a repetirla. Y en nuestra historia reciente, la violencia ha sido protagonista. Ya es tiempo de escribir otra narrativa.

El bienestar también se construye desde ahí: desde lo que consumimos, lo que enseñamos a nuestras hijas e hijos, lo que validamos con nuestro silencio o nuestra indiferencia. La conciencia social no nace de la nada. Se cultiva. Y se cultiva también cuando un gobierno se atreve a decir basta.

Este no es solo un decreto. Es un acto de responsabilidad. Es un llamado a dejar de ser omisas y omisos. Es un recordatorio de que la música también educa, también transforma. Y que, por lo tanto, también debe cuidar.

El Estado tiene la obligación de garantizar entornos seguros, libres de violencia, que abonen al desarrollo y al tejido social. Pero la sociedad también tiene la oportunidad y el deber de ser parte de este cambio. Hagamos de la música un lenguaje de paz, no un himno del crimen.

Porque la violencia no se canta.

Porque el dolor no se baila.

Porque el bienestar se construye en libertad, en justicia y en dignidad.

Por la paz, por la vida, por Michoacán.

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