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Por El Tapado
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Alejandro González Cussi se despidió de su cargo como comisionado de la Policía de Morelia por la puerta de atrás, dejando tras de sí una ciudad más violenta, una policía más desacreditada y una administración digna de manual sobre cómo no hacer seguridad pública.
Llegó en 2021 prometiendo profesionalización, pero su legado más notorio fueron los 130 despidos de policías y la compra de 300 cámaras corporales por más de 10 millones de pesos… que sirvieron más para captar a los agentes bebiendo en horario laboral que para mejorar el desempeño de la corporación.
Las denuncias por abuso policial fueron pan de cada día. Desde golpear a ciudadanos hasta rociar gas pimienta a menores, el cuerpo policial se convirtió en una fábrica de violaciones a los derechos humanos.
Mientras tanto, los altos mandos aplicaban un reglamento de tránsito sacado del baúl de los años noventa, no para ordenar la ciudad, sino para exprimir a los ciudadanos con multas absurdas.
Todo, por supuesto, bajo el discurso de “reformas estructurales” que nunca pasaron del PowerPoint.
Y como cereza en este pastel de ineptitud, Morelia escaló posiciones hasta codearse con las ciudades más violentas del mundo.
Porque si algo sabe hacer González Cussi, es exportar modelos fallidos: lo hizo en Colima y repitió la fórmula en la capital michoacana.
A pesar del derroche presupuestal, la percepción de inseguridad alcanzó casi el 80 %.
Un logro más para su currículum, que debería titularse “Cómo hundir una ciudad en tres años o menos”.
