
Tras dos jornadas de votación en la Capilla Sixtina, el humo blanco emergió del Vaticano este miércoles por la tarde, anunciando al mundo que la Iglesia católica tiene un nuevo Papa.
La decisión, tomada por los 133 cardenales electores reunidos en cónclave, llega poco más de dos semanas después del fallecimiento del papa Francisco, quien murió el pasado 21 de abril tras una larga enfermedad.
Su deceso activó el protocolo de “Sede Vacante”, durante el cual el gobierno de la Iglesia queda temporalmente en manos del Colegio Cardenalicio.
El fallecimiento de Francisco, el primer pontífice latinoamericano, generó un profundo pesar entre fieles de todo el mundo.
Su pontificado se caracterizó por un fuerte impulso reformista, un enfoque pastoral cercano a los marginados y un firme compromiso con la transparencia y la justicia dentro de la Iglesia.
En sus últimos actos, incluso tomó decisiones difíciles, como la exclusión del cardenal Giovanni Angelo Becciu del cónclave, debido a investigaciones internas por presunta conducta impropia.
Esta medida, adoptada por Francisco antes de su muerte, fue interpretada como una señal clara de su intención de preservar la integridad del proceso sucesorio.
Aunque la identidad del nuevo Papa será anunciada oficialmente en las próximas horas desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, entre los principales candidatos que se han perfilado destacan tres figuras.
El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, es reconocido por su labor diplomática y por su cercanía con el pensamiento del papa Francisco.
También figura el cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, apreciado por su trabajo pastoral con los sectores más vulnerables y su capacidad de diálogo.
Por último, el cardenal Luis Antonio Tagle, de Filipinas, se perfila como una opción fuerte desde el mundo asiático, con una visión abierta e incluyente que ha resonado entre muchos sectores de la Iglesia.
El nuevo pontífice enfrentará una tarea compleja: mantener la relevancia de la Iglesia católica en un mundo polarizado y secularizado, al tiempo que deberá continuar con las reformas internas iniciadas por su predecesor.
Con más de mil 300 millones de fieles en el mundo, la Iglesia inicia así una nueva etapa que será determinante para su papel en los desafíos espirituales, sociales y éticos del siglo XXI.