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La victoria de José Antonio Kast en Chile no sólo reconfiguró el mapa político del país andino, sino que expuso las fisuras, estrategias y tonos divergentes con los que la izquierda latinoamericana enfrenta el avance de la ultraderecha.
Mientras algunos gobiernos optaron por la cautela diplomática, otros eligieron la confrontación ideológica abierta, revelando más sobre su posición regional que sobre el propio proceso chileno.
El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se limitó a felicitar al ganador, subrayando el carácter democrático del proceso electoral.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, fue un paso más allá al llamar a una reflexión interna de los movimientos progresistas para entender las causas de una derrota que, aunque incómoda, se repite en varios países de la región. Ambos apostaron por desdramatizar el resultado y preservar canales institucionales.
En contraste, el presidente colombiano Gustavo Petro elevó el tono al equiparar el triunfo de Kast con una reivindicación simbólica del pinochetismo, calificándolo como una señal alarmante del avance del autoritarismo por vía electoral.
Su mensaje detonó una respuesta inmediata del gobierno chileno, que acusó una intromisión indebida en asuntos internos y defendió la legitimidad de la decisión popular.
La disparidad de reacciones confirma que el giro a la derecha ya no es una anomalía regional, sino un fenómeno que obliga a la izquierda a debatirse entre la moderación pragmática, la autocrítica o la confrontación ideológica directa, con costos diplomáticos y políticos evidentes.
