
En el centro del país, el crimen organizado cobra un precio por existir. La Nueva Familia Michoacana ha convertido la extorsión en su principal fuente de ingresos, consolidando una economía criminal que se alimenta del miedo. Desde productores de materiales hasta taxistas, nadie escapa del cobro de piso.
Los hermanos Johnny y José Alfredo Hurtado Olascoaga lideran esta organización que, además del narcotráfico, controla redes de trata, minería ilegal y huachicol.
Su influencia va más allá del Estado de México: Guerrero, Michoacán, Querétaro, Oaxaca y Guanajuato también figuran bajo su dominio. Estados Unidos ya los catalogó como organización terrorista.
El modelo es perversamente simple: infiltración en gobiernos locales, financiación de campañas, control de policías y amenazas sistemáticas. Las extorsiones son diarias, sistemáticas y rentables. El narco ha mutado: ya no sólo produce droga, ahora también administra el miedo.
Operativos como “Enjambre” y “Liberación” han logrado algunos golpes relevantes, pero el avance del cártel sigue. Analistas como David Saucedo señalan que esta estructura piramidal, familiar y violenta ha llevado el cobro de piso a una escala inédita en México.
La Nueva Familia Michoacana, más que un cártel más, se presenta como una empresa del crimen con rostro político, religioso y social.