OPINIÓN | PARALIPÓMENA POLÍTICA – PRI Michoacán: Manual de Cómo No Construir Hegemonía

0 0
Read Time:5 Minute, 16 Second

Por Gerardo Flores

¿Cómo se arma una narrativa cuando ya no se tiene poder, territorio ni militancia organizada? ¿Qué ocurre cuando un partido que fue maquinaria de Estado intenta comportarse como si aún fuera la conciencia moral de la república? El 2024 dejó al PRI Michoacán atrapado en esa contradicción, respondiendo con una sucesión de escándalos, indignaciones performativas y acusaciones improvisadas que no buscan describir la realidad, sino suplir su incapacidad de intervenir en ella. El priismo local ya no existe como estructura política: existe como eco.

La huella digital del año fue un catálogo de sobresaltos. Cada tragedia se convertía en plataforma, cada asesinato en oportunidad, cada crisis en salvavidas para un partido que naufraga desde hace años sin aceptar que se quedó sin barco. La insistencia en repetir “delincuencia organizada” como diagnóstico universal revela menos un análisis que una obsesión: el concepto funciona como espejo y como coartada, porque el partido que hoy denuncia lo que llama “narcopolítica” es el mismo que gobernó el estado en uno de sus periodos más oscuros (2012–2015), cuando las estructuras criminales consolidaron territorios, economías y complicidades institucionales que aún perduran. La narrativa del PRI intenta borrar esa continuidad, pero es precisamente su incapacidad para asumirla lo que expone su crisis.

En ese vacío se colocó Memo Valencia, convertido en dirigente no por acumulación política, sino por descarte. Su trayectoria compone una cronología que el PRI prefiere eludir. Destituido en 2020 de la Dirección de Gobernación por decisión del Congreso —cuando el PRI aún tenía peso y no podía alegar persecución—, su salida marcó el fin de una etapa donde nunca logró articular operación ni autoridad. Su posterior candidatura a la alcaldía de Morelia replicó el mismo patrón: una campaña construida sobre espectáculo, denuncia y sobreactuación, sin propuesta de ciudad ni proyecto de gobierno. La derrota electoral dejó claro que el personaje tenía eco mediático, no estructura.

La reorganización interna del PRI abrió entonces el espacio para su ascenso. Con cuadros históricos abandonando el partido, con exalcaldes migrando a Movimiento Ciudadano y con militantes de base denunciando que ya no había vida interna, la dirigencia nacional optó por la única función que Valencia sí podía garantizar: ruido. Su designación desató una desbandada precisamente porque confirmó lo que muchos intuían: el PRI Michoacán ya no se conduce como organización política, sino como aparato mediático en busca de un personaje capaz de producir el escándalo de la semana. La “valentía” que le atribuyen no proviene de su trayectoria, sino de su disponibilidad para la estridencia.

Esa misma lógica sostiene la red de portales que orbitan su discurso. Periodismo Ciudadano funciona como un altavoz que mezcla nota roja y alarmismo, y cuyos contenidos se concentran curiosamente en municipios donde el PRI perdió las alcaldías, como si la inseguridad fuera patrimonio exclusivo de los territorios arrebatados. A esto se suma Revolución Social, administrado por su hermano René Valencia, un portal que combina amarillismo con relatos melodramáticos de “héroes contra el caos”, más cercano a una radionovela de emergencia permanente que al periodismo. La narrativa de catástrofe fabricada desde estos espacios no busca explicar la inseguridad: busca producirla como atmósfera, porque sin ese clima la dirigencia priista perdería su único recurso de interlocución pública.

Este patrón explica por qué el PRI Michoacán dramatiza todo para no hablar de nada. No presenta diagnósticos, no ofrece rutas de solución, no articula un proyecto de Estado. Su única agenda consiste en sostener la sensación de que el país se desmorona, porque esa es la única manera de compensar su irrelevancia electoral. El escándalo se convierte así en política sustituta: se grita para no tener que gobernar, se acusa para no tener que proponer. La ausencia de contenido programático queda encubierta por una catarata de declaraciones sobre terrorismo, ingobernabilidad y colapso institucional que no explican la crisis, sino que la instrumentalizan.

El tratamiento del caso Carlos Manzo es un ejemplo perfecto. El PRI intenta convertirlo en figura mítica —a veces mártir, a veces héroe, a veces ícono opositor— al mismo tiempo que el espacio público expone las fotografías, los vínculos y la sociabilidad política que lo conectan con la misma estructura que hoy pretende canonizarlo. Se apropia de su memoria para construir un símbolo de oposición, pero evita cualquier reflexión sobre el sistema de violencia que permitió su ascenso y su caída. El muerto se vuelve plataforma; el crimen, argumento; la tragedia, marca. Esa instrumentalización revela más al PRI que al propio Manzo.

La paradoja central es que el PRI parece creer que puede reconstruir hegemonía mediante el escándalo, cuando la historia de los viejos partidos demuestra que quien grita no es quien manda, sino quien perdió la capacidad de conducir agenda. El actor fuerte instala temas; el débil intenta incendiar el foro para obligar a los demás a mirarlo. El priismo michoacano ha quedado atrapado en esa lógica: necesita producir crisis artificiales para fingir centralidad.

La insistencia diaria en hablar de terrorismo, desplazamiento forzado, colapso institucional y narcopolítica revela una ansiedad más que una estrategia. ¿Cuál es la propuesta del partido para 2027? ¿Dónde están sus cuadros jóvenes, su visión económica, su planteamiento territorial? La respuesta es conocida: no existen. La narrativa sustituye al proyecto porque el proyecto desapareció.

Y aquí aparece la conclusión inevitable: si Memo Valencia es hoy la figura más visible del priismo michoacano, no es por su liderazgo, sino por la dimensión del vacío que habita. Su política se sostiene en el shock mediático, en el antagonismo sin contenido, en la denuncia sin responsabilidad y en una épica personal que nunca se traduce en estructura, movilización o construcción institucional. Es el síntoma perfecto de un partido que perdió la brújula, la base social y el relato histórico.

El PRI Michoacán cierra este ciclo como un teatro de sombras: mucho movimiento, mucho ruido, muchas alarmas, pero muy poca sustancia. Y quizá ahí se encuentra la clave para entender su declive: cuando un partido depende de la crisis para existir, es porque ya no tiene fuerza para construir nada. Lo que hoy vemos no es su reconstrucción, sino su prolongada agonía. El priismo michoacano se narra como aquello que más teme: un protagonista que ya no controla la escena y que necesita repetir cada día que el mundo está a punto de caerse para no admitir que quien se está desmoronando es él.

About Post Author

Redacción

Happy
Happy
0 %
Sad
Sad
0 %
Excited
Excited
0 %
Sleepy
Sleepy
0 %
Angry
Angry
0 %
Surprise
Surprise
0 %

Average Rating

5 Star
0%
4 Star
0%
3 Star
0%
2 Star
0%
1 Star
0%

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *